Fénix: segundo destello

—Es muy trabajadora —dijo el señor Frietur en un susurro. No era normal en él halagar a las personas tan a la ligera, y menos hablando de Helenite. 
—Se ha encariñado mucho con ella, ¿no es así? —la dulce voz de Alya me emocionó, e hice un esfuerzo por no salir de nuevo a abrazarla. El señor Frietur, aquel que se hacía cargo de Helenite, mi hermana adoptiva, y de mí, se limitó a guardar silencio. 
—De todos modos, ¿qué te trae por aquí? Pensaba que no volverías hasta la llegada del invierno… Y con esas chicas, ¿quienes son?
Alya no contestó y, por la ranura de la puerta, logré ver su pulcra figura encogerse en la silla de madera.

—De hecho… voy camino al Este; estamos de paso. Sólo son unas compañeras de viaje —Alya se bajó la capucha y suspiró. 
—Hacia Hunistan, ¿O me equivoco? —el hombre tomó un cuenco y sirvió algo de sopa para posteriormente tendérselo. Alya asintió en silencio y aceptó el líquido con agradecimiento. 
Después de dar un par de tragos, volvió a suspirar.
—¿No está Arlick por aquí? Hace mucho que no le veo…—las palabras salieron de su boca inevitablemente. Frietur la observó y arqueó sus pobladas cejas. 
—Se fue hoy mismo a primera hora a llevar un encargo al pueblo vecino. Tal vez llegue mañana por la tarde —especuló él, tratando de no darle mucha importancia. 
Sabía que Alya y Arlick se amaban incondicionalmente y, aunque consideraba a Arlick como un hermano mayor y a Alya como una madre, no me hacía aún a la idea de verlos con ojos distintos. 
Desde aquel rescate en la subasta de esclavos, Helenite y yo habíamos pasado a formar parte de los protegidos de Alya, a la que también le decían Trotamundos, o Fénix, aunque yo sabía que tenía más de un nombre. 
Nunca podría olvidar aquel día… 
Primero había engañado a todos haciéndose pasar por un hombre y, más tarde—ya fuera de la ciudad y protegidos en un claro—, nos dijo a Helenite y a mí, que ya no seríamos esclavos.

Pocos segundos después nos reveló que era mujer, y no un hombre. «Es un
simple truco
» había dicho. 
Y, por si fuera poco, tiempo después no enseñó a Helenite y a mí cómo había utilizado monedas mágicas para comprarnos en la subasta. 
«Después de unas pocas horas vuelven a mí, y no lo hice por que pensara que su vida no tiene valor; sino justamente lo contrario: no se puede comprar la vida de otro. ¡Es absurdo»
Ella no sólo me dio la libertad y un nombre, sino una razón por la cuál vivir y sonreír.
Básicamente le debía la vida. 
—Aunque quiera atrasarlo, debemos de partir mañana en la mañana —aseguró ella, sorbiendo más sopa—. Espero que el asunto se arregle para volver lo antes posible. 
El señor Frietur asintió con la cabeza y se sentó frente a ella. 
—No será de mi incumbencia, pero te ves bastante afligida. ¿Es por el muchacho o por tu asunto ése? 
La chica negó con la cabeza y su vista se dirigió al cuarto de al lado. Por un segundo, mi corazón dejó de latir. ¡Pensé que me había descubierto! 
—Ellas no pertenecen aquí —confesó—. Las traje por que no tenía otra opción, pero les he arrebatado su vida; a su familia, amigos, su futuro… No podrán volver a su hogar nunca. 
¿A qué se refería?, ¿Ellas eran de este mundo, para empezar? 
—¿Son de tu tierra natal, entonces?—preguntó el hombre cruzándose de brazos sobre su gran estómago. Alya asintió en silencio y se acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. 

Frietur no sabía, pero yo sí. Cuando ella se refería a «su tierra natal«, en realidad quería decir «su mundo natal«. Sólo Arlick y unos pocos de sus protegidos sabíamos esa información, y me sentía orgulloso de ello, aunque Alya nos había advertido de lo peligroso que podía llegar a ser. «Es verdad que por mis viajes he hecho muchos amigos y aliados, pero hay personas que darían su alma por tenerme como decoración, o mi cabeza ensartada, en el peor de los casos… ¡Harían todo lo que fuera necesario para llegar a mí! Incluso lastimar a las personas que más amo.»

Todavía recordaba con claridad sus palabras. 
Helenite comenzó a hablar en sueños, y temí que ella viniera a ver si todo estaba bien; así que me devolví a la cama de paja con cautela, y cerré los ojos con fuerza.

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