Fénix: primer destello

Cuando la vi… no podía creerlo. 
La habíamos buscado por tanto tiempo que… verla ahí, así, sin más, me resultaba tan irreal como un morlock en las tierras de Aushimb en invierno. 
Y ella parecía tan tranquila, como dormida; como si no… me reconociera.
Arlick estaba junto a mí y, cuando volteé a verlo, su rostro mostraba la expresión que ya me imaginaba: sorprendido y confundido, no sabiendo si correr a abrazarla o esperar con una paciencia ansiosa, 
Mi maestra ladeó un poco la cabeza, confundida; con esas ropas tan extrañas que le llegué a ver cuando decía que visitaba su tierra, parecía otra persona que yo no conocía; como una réplica de ella que algún enemigo suyo hubiera creado para confundirnos. 
—Fén… —susurró él con la voz entrecortada; seguro pensaba igual que yo, que esto no podía ser real. ¿Por qué mi maestra vestía de esa forma, si había dicho que iría con Huibon y los maaga? ¿Por qué no había dicho nada antes de simplemente desaparecer meses atrás? 
Quería llorar; gritarle y abrazarla al mismo tiempo… pero mis piernas temblaban.
Fue Arlick el que se adelantó un paso, tambaleante, pero mi maestra retrocedió lo mismo, indecisa. 
—¿Quiénes son? —fue la primera vez que escuché su voz después de meses…
¿Qué sucedía? Arlick igual pareció confundirse aún más, y se adelantó para estar frente a ella, pero Fénix dio los mismos pasos hacia atrás.
—¿Quiénes son? —repitió, y fue cuando me percaté que no llevaba el colgante de cuarzo. ¿Sería… en realidad ella? 
—Fénix —la llamó Arlick, pero ella no reaccionó—. Arlyn, Leo, Salamandra…
Arlick enunciaba todos los nombres que se sabía con las que mi maestra se hacía llamar en distintas tierras y mundos, pero la persona que teníamos en frente parecía ajena a cada uno de ellos, hasta que llegó a uno en particular…
—¿Cómo…? —su rostro era la expresión de la incredulidad y la vacilación; nos estudió a ambos y observé que miraba discretamente senderos para escapar.
Traté de recuperarme: ¿y si era una trampa para emboscarnos? Ella me había preparado para algo así. Me adelanté hasta estar a la altura de Arlick y regulé mi respiración.
—¿Sabes quién soy? —le pregunté, y ella dudó, para segundos después negar
suavemente con la cabeza.
—No, pero —mi mente se preparó para descifrar la información que estaba a punto de decir—, se parecen a una personas… no, no podría ser.
Mi maestra sonrió, burlándose de algún chiste que a nosotros se nos escapaba.
—¿Qué personas? —inquirió Arlick, seguramente tratando de armar algún
rompecabezas imposible. Ella vaciló unos instantes.
—Helenite y Arlick, pero… —mi corazón dio un vuelco cuando pronunció mi nombre, y todo el sosiego que había conseguido se esfumó en menos de un segundo. Pude sentir la tensión de Arlick a mi lado.
—¿Qué sucede? —no sé si él lo decía por la situación, o le preguntaba
directamente a ella.
—Es que ellos… no existen.

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