El hada de niebla

Feargus oteó el horizonte, vacilante. El chico suspiró al ver la luna llena una vez más; recordando el porque él se encontraba precisamente en aquel lugar, y asintió en silencio para sí. ¡La había visto!
A la criatura que iluminaba la noche; la creadora de sus más cálidos sueños… la descubrió por primera vez unos días atrás, cuando había escapado de casa al enterarse de que su madre se había deshecho de su querido gato, Hidro, porque «ahuyentaba a las visitas».
Lo había buscado por días, reacio a regresar a casa, pero no encontrando otro lugar dónde poder dormir… entonces la había visto. Un pulcro rostro enmarcado entre cabello tan obscuro como el carbón, con unos embelesadores ojos del color de la hierba en primavera.
Su primer pensamiento fue que había muerto, y lo que tenía frente a sí era uno de aquellos bellos seres que decían que habitaban el otro mundo… pero entonces, la criatura se percató de su presencia, y sonrió.
—¿Qui…? digo, no, es…—se sorprendió al no poder controlar ni su mente ni su boca, pero trató de sosegarse sin poder despegar la mirada de aquellas pupilas sobrehumanas—. ¿Quién eres?
El ser se limitó a ladear un poco la cabeza, cerrando un poco más sus párpados: su apariencia era la de una joven chica, tal vez rondando su edad, que vestía un ligero vestido de niebla clara y una sencilla corona de flores reposaba sobre su cabeza, pero algo en el brillo de su mirada le decía con todos sus sentidos que aquello no era verdad: no era humana ni nada que se le pareciera.
—¿Estás perdida? —Feargus sabía que no era verdad, pero…—. ¿Cuál es tu nombre?
La pulcra criatura inspiró hondo y cerró un momento los ojos, sin dejar de sonreír, y fue cuando el muchacho sintió la irrefrenable necesidad de acercarse aún más a ella.
La chica comenzó a tararear por lo bajo, suave, discretamente, mientras él avanzaba lentamente hacia ella.
«Clara luna de otoño; que florece en las montañas… danos, con dulzura, la tierna eternidad…»
Levantó la mano derecha, esclavo de otra voluntad: sólo un pensamiento rondaba su mente en ese instante, y era el de estar más cerca de aquella maravillosa y bella chica.
«Con suavidad la niebla viene… cubre con su ligero manto; la vida, la mente… soñando con la eternidad…»
También la criatura había comenzado a acercarse a él, sonriente. Fue cuando Feargus estaba a punto de tocar con su mano su rostro, cuando una flecha irrumpió el aire tan rápido como un suspiro, clavándose en la mano de aquella sobrenatural chica, consiguiendo a cambio un alarido desgarrador; y el chico reaccionó.
Se alejó más que pudo, con pavor sembrado en sus pupilas,hasta tropezar con una raíz de cedro y quedarse sin respiración. Buscó desesperadamente al atacante, alternando la mirada entre la bella chica que ahora tenía el rostro deformado, y la espesura del bosque de luna.
—No pensé que los niños pudieran llegar a ser tan idiotas —soltó una pueril voz a unos pasos de él, sobresaltándolo. Y mientras la criatura partía la flecha y la extraía de su carne sin dejar de soltar alaridos, la mirada de Feargus se encontró con la de una muchacha que portaba un arco de madera roja; llevaba el cabello carmesí recogido en una apurada trenza, y vestía ropas de hombre.
—No, yo.. yo no… ¿quién, eres? —fue lo que logró salir de la confundida mente del chico a través de sus labios. No obstante, la recién llegada desvió la mirada y frunció el ceño, un segundo antes de acomodar el arco, tensarlo y soltar una flecha tan rápido, que el muchacho se preguntó si se lo había imaginado. Pero los gritos de la bella chica de cabellos negros acabaron con esa idea.
Al voltear, descubrió que le había perforado el estómago y, aunque la flecha no la atravesaba por completo, parecía haber causado grandes daños a la criatura.
—¿¡Por qué la lastimas!? —exigió saber él, antes de abalanzarse sobre la chica para intentar arrebatarle el arma, sin dejar de escuchar en cada centímetro de su ser las exclamaciones agonizantes de la bella criatura. Pero la chica de cabellos bermejos se alejó de él con un ágil movimiento y arqueó una ceja, sorprendida.
—Deberías darme las gracias; no tratar de defender a ese monstruo —soltó ella, recibiendo una confundida mirada por parte del muchacho—. Espera… ¿llegaste a creer que esa… «cosa» era algo así como… ¡No sé!, Cómo una liridea, o algo así?, ¡Si te atreves a decir que pensaste que era una denashee, yo misma te consigo otra igual!
Y antes de que Feargus pudiera decir o hacer nada, la chica avanzó los pasos que la separaban de la ahora tumbada y agonizante criatura; la observó con desdén, extrajo una daga finamente adornada de algún lugar de sus ropas y penetró con fuerza su pecho al tiempo que apretaba los dientes y fruncía aún más el ceño.
Y la bella criatura con forma de chica humana dejó de gritar, y de respirar. Sus pupilas se quedaron viendo a un vacío, y su semblante se relajó…
—Esa cosa que estaba a punto de obtener tu alma era una «recolectora de niños» como suelo llamarlos yo o, como otros la conocen; «hada de niebla»—le explicó ella al tiempo que extraía la daga de la carne de la criatura, y la limpiaba en el musgo con rocío.
—No… entiendo, ¿y quién frites eres tú, a todo esto?, ¿Cómo sé que no eres una asesina que disfruta de matar y confundir personas para tus retorcidos planes?—cuestionó él, preparado para luchar si hacía falta, aunque la hoja del arma que reflejaba la luz lunar lo amedrentaba un poco.
La arquera rió, como si hubiera escuchado el mejor chiste jamás contado, y se limpió las lágrimas al tiempo que se abrazaba a sí misma, tratando de recuperar la compostura.
—¡No, no! Si no sólo eres un descuidado confianzudo, ¡también un pequeño
ignorante indefenso! —soltó ella, aún entre risas—. Soy… puedes llamarme Phaerl y, para que lo sepas, te acabo de salvar la vida. De nada.

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