Cuento corto: Vino de estrellas

Y miró las estrellas en aquel cielo iluminado, con un brillo especial en su mirada. Estaba recostado en la hierba, con media sonrisa en su rostro y una incertidumbre sembrada en su corazón.

Pero se permitió imaginar fantasías imposiblemente probables, comenzando así un juego de hartas posibilidades que sólo en su mente podrían comprobarse.

¿Y si existían otros mundos con otras personas, pero…?, ¿¡Y si había otras criaturas diferentes, inteligentes…!?, ¿Qué tal un lugar dónde se hablara con la mente, y no existieran las mentiras…?

El muchacho estaba ensimismado pensando en si esas criaturas de otros mundos tendrían la piel de muchos colores a la vez, cuando escuchó que alguien se sentaba a su lado sobre la hierba.

—Supongo que otra vez has estado bebiendo—sonrió ella, ladeando el rostro con una socarrona sonrisa cuando el chico volvió la mirada hacia ella.

—Me encanta beber—respondió él entonces, ensanchando su sonrisa al tiempo que regresaba su vista hacia las infinitas posibilidades—. Deberías también de intentarlo: una vez que lo pruebas, no hay marcha atrás, y ¡zas!, se vuelve una droga perfecta contra la monotonía.

Ella rió por lo bajo, encantada: habían tenido muchas conversaciones parecidas, cambiando palabras y significados para crear arte en las charlas que, en otro contexto, habrían sido de lo más absurdas o de lo más normales.

—Pero beber demasiado puede hacer que pierdas el tener los pies en la tierra—continuó la recién llegada, sin perder la juguetona sonrisa y con una ceja arqueada. Se acomodó en el pasto, y se recostó a su lado.

—¿Y para qué quieres tener los pies en la tierra, eh?, ¿Por qué no mejor volar y viajar a donde uno quiere, qué tal a otros mundos?

—¿Otros mundos? No puedes llegar a otros mundos volando; eso es absurdo. Todos los aeronautas adictos a beber deberían saber que a otros mundos se llega bajo tierra. Ya sabes, ¿Y si hubiera otros mundos dentro de este mundo?

Ambos sonrieron y sus miradas se encontraron, bebiendo una de la otra con avidez. Relajaron el semblante y, en un segundo, el universo entero se redujo a un par de pupilas anhelantes.

—No lo había pensado—confesó el chico, volviendo la vista hacia los puntos distantes de luz, y ella lo imitó casi al instante—. ¿Eso es posible?

—¡Claro!—aseguró, extendiendo los brazos para enfatizarlo, como si pudiera atrapar aquellos puntos brillantes—. ¡Miles, millones!

Tantos, que no creo que ninguno pueda siquiera darse una idea de qué tantos.

Él se acomodó de costado para poder observarla: ¿tantos mundos… en uno sólo? ¿Dónde estaban, según ella?

—¿Debajo de la tierra?

—Oh, no: sobre la tierra—ella también había vuelto su cuerpo hacia él, y así quedaron de frente sobre la hierba, en la semioscuridad de la noche, bajo un embriagador manto de mundos y soles distantes, y con nada más que dos confidentes perlas que los cobijaban desde las alturas con su nívea luz.

—¿Mundos diminutos, quieres decir?

—Algo así: sí… eso mismo, pero cada mundo en realidad es un universo, bueno… algo así. Y cada uno de esos mundos o universos chocan con otros todo el tiempo: se transforman, se destrozan o se crean nuevos. Es fascinante.

Entonces frunció el ceño, confundido. Tal vez no había bebido lo suficiente como para imaginarse esa posibilidad.

—¿Y dónde ves tú esos mundos sobre la tierra? No entiendo.

Ella sonrió, vacilante, y desvió la vista por un segundo, nerviosa. Mientras el chico la miraba sin comprender, Yuni se secó las manos en la ropa y se mordió el labio inferior.

Después de un par de segundos de silencio, Dany abrió la boca para hablar, pero justo la chica suspiró escandalosamente y lo miró a los ojos.

Ambos sonrieron un poco, ruborizados.

Tres segundos después, Yuni se estiró lentamente y, con una mano, sostuvo el rostro del muchacho.

Ambos se dejaron llevar, la adrenalina corrió por su cuerpo y cerraron los ojos. Los labios de Yuni tocaron suavemente los de Dany y, pasados unos segundos que desearon que duraran para siempre, se separaron.

El chico la vio por unos segundos, perplejo y demasiado avergonzado, y Yuni le sonrió con timidez.

—Estoy observando un maravilloso universo en este instante.

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